La historia de Diana
Esta
historia comienza en la década de los 80; en aquel entonces
Diana concluía en Argentina sus estudios secundarios. Había
vivido unos años en Brasil, por razones profesionales del
jefe de la familia. Sus padres, con motivo de su graduación
escolar, le regalaron un viaje de perfeccionamiento de inglés
en Manchester, Inglaterra. A su regreso comenzaría la carrera
de traductorado, que siempre quiso seguir.
Una
vez instalada en Manchester, comenzó a asistir a las clases.
A los pocos días conoció a un estudiante árabe,
llamado Ahmeth. Se veían a diario y probablemente en aquel
enamoramiento jugaron un papel, el entorno, el origen del muchacho,
su cultura tan distinta, sus modales, su forma de tratarla, su
personalidad arrolladora y los pocos años de ella.
Cuando
terminaba la cursada, Ahmeth y Diana decidieron irse a vivir juntos
a Kuwait. Íntimamente sabía que era una idea loca
pero algo le impedía rechazarla. Aunque sus padres se resistieron
a la idea, la decisión ya estaba tomada. Su familia pasó
varios meses sin recibir respuesta ni dirección alguna.
Las cosas no funcionaron como esperaba
Diana
vivía junto a Ahmeth y a la familia de él, en Kuwait.
Las cosas iban empeorando día a día. Ya se había
arrepentido de la decisión tomada y no la dejaban dar marcha
atrás. Había intentado en varias ocasiones que él
comprendiera que no podían seguir juntos, pero le cerraba
toda posibilidad de irse.
El
drama tomó un nuevo cariz: Diana quedó embarazada.
Las cosas se iban complicando cada vez más, con un hijo
le resultaba más imposible regresar a casa. Una mañana
cuando dormía, la despertó un ruido terrible, se
levantó para ver sí su bebe estaba bien. El niño
asustado, lloraba, pero no le había pasado nada. El ruido
continuaba, se asomó a la ventana y entendió lo
que ocurría. La guerra del Golfo había estallado.
No
tenía idea de qué hacer. Buscó a Ahmeth,
pero éste y su familia se habían esfumado. Juntó
un poco de dinero y ropa, agarró las llaves del auto y
partió junto a su niño.
Era
un camino muy peligroso. Fueron treinta horas atravesando el desierto,
llena de tensión. Era una mujer occidental, desarmada y
con un pequeño niño rubio, las cosas eran muy complicadas.
Cuando
llegó a la frontera jordana, la esperaban nuevas dificultades.
Las autoridades de este país admitían muy lentamente
a los refugiados y les ponían grandes obstáculos
para su ingreso.
Entones
retrocedió el auto, sacándolo de la fila y lo colocó
paralelo a la misma, y aceleró rumbo al puesto fronterizo.
Sin detenerse arremetió contra la valla de la guardia,
mientras unos cuantos kuwatíes la imitaban. No detuvo el
automóvil, hasta estar segura de haber perdido de vista
a la guardia. Rápidamente, se conectó con el cónsul
argentino, llamó a su familia y tomó un avión
rumbo a Inglaterra. Atrás quedaron un montón de
recuerdos y doce años perdidos en la arena.
Reencontrarse
con su mundo
El
regreso de Diana a la patria implicó reencontrarse con
su mundo y con su gente. La tarea de restablecimiento moral y
material imponía que consiguiera un trabajo para retornar
cuanto antes a la normalidad y construir un proyecto de vida junto
a su hijo.
En
el plano laboral, la primera dificultad surgió apenas tuvo
que armar su CV con sus antecedentes. Decidió que no diría
nada de su peripecia y se limitaría a consignar sus datos
personales, sus estudios secundarios y el manejo de idiomas. La
suerte le fue esquiva. Recibió muy pocas respuestas y sólo
algunas entrevistas, pero en éstas era inevitable decir
que durante doce años no había hecho nada, ni estudios,
ni trabajo, ni siquiera matrimonio y además debía
agregar una historia un poco confusa sobre su estadía en
Kuwait.
No
tenía experiencia laboral, ya pasaba los treinta, tenía
un hijo pequeño, y estaba sola para cuidarlo, pero poseía
un dominio de idiomas superior a la media (habla fluidamente inglés,
francés, árabe, español y portugués).
Esto tenía que ser útil en algún lado, pero
se daba cuenta que siempre terminaban haciéndole las mismas
preguntas sobre los años en blanco y no sabía cómo
encarar el asunto. Entonces, se dijo que si había sido
capaz de superar un obstáculo tan grande con tanto temple,
¿por qué no podía superar este último,
que decididamente era menos trascendente?
Comprendió
que ahí estaba la clave. Cambió radicalmente su
postura y comenzó a pensar a qué tipo de empresas
le podía ser útil alguien con sus características
personales y para quienes no fuera de tanto peso el tema de la
falta de experiencia laboral. Empezó a buscar trabajo nuevamente,
escribiendo a empresas que le parecían apropiadas. Al tiempo,
una de ellas la citó para conocerla. En aquella entrevista
Diana fue honesta y franca, diciendo su verdad, reconociendo sus
limitaciones, y mostrando su deseo de cumplir con su tarea lo
mejor posible.
En
un momento, su futura jefa le preguntó qué podía
darle ella a la empresa, que no pudiera ofrecer otra candidata
con experiencia laboral. Diana sonrió y le dio como respuesta
lo que consideraba su ventaja competitiva: "Tiene ante
usted, una empleada que ha demostrado ampliamente tener valor,
empeño, coraje, iniciativa, que ha probado que ha sido
y es resolutiva, aún en situaciones muy tensas, que no
va a perder la calma ante un contratiempo menor, que trabajará
sin dilaciones y sin errores".
Y
agregó con un gesto de humor: "le aseguro que
soy capaz de terminar con eficacia cualquier tipo de trámite
aduanero aunque sea engorroso, aún en medio de un bombardeo".
Se mostró equilibrada y confiable. Esta vez obtuvo el puesto.
Actualmente
sigue en la misma empresa, donde mejoró su posición
gracias a su esfuerzo y dedicación.
Conclusión
Esta
historia intensa, plagada de detalles únicos, hace que
no muchas personas se sientan identificadas con ella. Sin embargo,
tomada como un caso extremo, vale en tanto se haga el debido análisis.
Dejando de lado ingredientes personales, lo importante es que
cuando Diana se limitaba a presentar un escueto CV, con los escasos
datos que podía consignar, era mirada fríamente,
como una mujer que no tenía experiencia, que había
pasado ya el tiempo de aprendizaje, con cargas de familia y sin
capacitación profesional.
En
cambio, buscando otra forma de presentarse logró con mucho
criterio, hacer creíble una verdad, que mal acotada, parecía
producto de una imaginación febril. Sus idas y venidas
que podían ser consideradas como indicio de una personalidad
inestable, las presentó desde una faceta donde se veía
que habían sido las circunstancias las que la obligaron
a actuar así. Por otra parte, buscó una oportunidad
en una PYME, donde el trato con el personal entrante es más
directo y podía ser escuchada por quienes iban a decidir
su incorporación, sin tener que pasar por la intermediación
donde sus argumentos podrían diluirse entre el papeleo
administrativo y desdibujar todas sus ganas de dar lo mejor de
sí. Logró así destacar los valores genuinos
que poseía, más allá de lo que le había
tocado padecer.
Si
alguna vez tiene que volver a salir a buscar trabajo, esta permanencia
de dos años en una misma empresa, y los logros obtenidos
en su gestión, le aseguran que los próximos pasos
sean mucho más sencillos. Su odisea ya no le afectará
en el plano laboral.
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