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La siembra de la ignorancia

Fragmentos del artículo homónimo firmado por Santiago Dovadloff (*) y publicado por la Revista de La Nación el pasado 10 de noviembre de 2002, en el cual el filósofo y poeta argentino analiza críticamente el papel de los medios de comunicación, fruto, según él, de una sociedad que ha desestimado la importancia crucial de la educación.

El protagonismo social alcanzado por el periodismo es desmesurado y por eso mismo peligroso. La prensa, la radio y, sobre todo, la televisión se han convertido en las fuentes centrales donde abreva la opinión pública, desplazando a la educación y, en particular, a la Universidad.

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El estudio y el esfuerzo reflexivo, recursos complementarios e indispensables para forjar una opinión fundamentada, han ido perdiendo credibilidad pública. Enterarse de lo que pasa, sin embargo, no es lo mismo que comprender qué sucede. Esta diferencia sustancial parece contar muy poco para quienes tendrían la obligación de no olvidarla. Los periodistas que fortalecen ética e intelectualmente el ejercicio de su profesión son sin duda admirables, pero notoriamente escasos.

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La educación, en el sentido eminente en que aquí importa, es una concepción del mundo, del hombre, y de la relación entre el mundo y el hombre. Esta es la educación que se ha volatilizado, la que, esfumándose, ha dado paso a la fauna vocinglera, a la prosa facilista, a los escotes vastos y las corbatas refulgentes que han tomado el lugar de las ideas.

La globalización uniformadora y la especialización enfermiza han terminado por fragmentar la percepción e infundir a la información pública sus actuales características patológicas: desprecio por la ética, ineptitud para entender el papel de los medianos y largos plazos en la conformación de lo verdadero, promoción de lo efímero y desdén por lo perdurable, sujeción de la lógica política a los parámetros del economicismo y el espectáculo, visión de la cultura como entretenimiento. Hemos caído en la idolatría de los hechos mediante el menoscabo del debate de ideas. Pensar es trabajoso y la pereza, unida a la ignorancia, opera como consejera de la insensatez.

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Es esta indiferencia hacia lo ético y hacia las expresiones más hondas de la conciencia, el abrevadero donde se nutre la pobreza conceptual característica tanto de las dirigencias nacionales como de la mayoría de quienes representan a este cuarto poder que, a la luz de la ignorancia que lo distingue, merecería ser rebautizado como poder de cuarta.

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Si todo lo que importa es fugaz y lo mejor es volátil, no veo por qué los grandes padecimientos y los grandes logros humanos deban merecer más que un minuto de consideración. ¿Para qué alentar la memoria donde el pasado es sinónimo de lo viejo, y para qué ocuparse del presente, si el presente no es más que lo fugaz? La tarea eminente de la educación secundaria y universitaria es enseñarnos a procesar el valor del tiempo, a meditar la orientación seguida por las civilizaciones en la comprensión de su larga experiencia, y a proponernos los principios gracias a los cuales una sociedad humana puede llegar a ser algo más que un conglomerado de pasiones egoístas. En cambio, el periodismo, cuando hace alianza con la ignorancia, desatiende la relación entre pasado, presente y futuro para concentrarse en lo que tantas veces caractericé como la idolatría del instante. Esa vertiginosa secuencia de hechos que afloran y desaparecen en una sucesión afiebrada y sin más consistencia que su despliegue.

No se ha meditado aún suficientemente sobre la condición espectral que la ausencia de pensamiento infunde a los hombres. El lector irreflexivo, el oyente que renuncia a detenerse en el valor o disvalor de lo escuchado, o el televidente que se desliza de manera inercial de canal en canal, van conformando el perfil de un hombre privado de sensibilidad crítica y de fortaleza moral. La educación, en consecuencia, no es un tema más entre tantos que puede soslayar la agenda política. Es el tema decisivo. La cuestión central, porque atañe a la índole de hombres y mujeres con los que aspiramos a formar una nación.

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(*)Santiago Dovadloff es filósofo y poeta. Miembro de número de la Academia Argentina de Letras