La Argentina todavía
Por Julio María Sanguinetti
El siguiente articulo fue escrito por el ex presidente del Uruguay,
publicado por el diario español El País y reproducido el
30 de septiembre de 2002 por La Nación.
Objeto tradicional de la curiosidad de los visitantes extranjeros,
pocos países han merecido, como la Argentina, tantas crónicas
de viajes y comentarios sobre sus peculiares características. Naturalmente,
con las épocas fue variando el centro de los intereses. En el siglo
XIX los visitantes europeos se asombraban ante el mundo rural, su inmensa
pampa, la increíble fertilidad y su personaje central, el gaucho.
Charles Darwin, en su célebre viaje en el Beagle, nos dejó
un relato apasionante, y hasta divertido. Como cuando encontró
dos gauchos y les preguntó por qué no trabajaban . Uno,
luego de pensar, le contestó "El día es demasiado
largo". Y el otro, más meditativo aún: "Porque
soy demasiado pobre".
Como comentario general, el científico ingles escribió algo
que de algún modo resulta clave para entender la evolución
posterior: "Hay siempre un número de caballos tan grande
y tal profusión de alimentos que no se siente la necesidad de la
industria ".
Cuando
se llega al fin del siglo XIX y comienza el XX, la mirada desde afuera
pasa al asombro frente a la prosperidad y el buen gusto. En 1908, la
renta per cápita argentina era superior a la de Francia, Japón
y Alemania y ampliamente se distanciaba de la de España e Italia.
En 1910, en ocasión de las celebraciones por el centenario de la
Independencia, Clemenceau llega a decir que "el Teatro Colon es
el más grande y posiblemente el mas bello teatro del mundo".
Es el momento de la gran inmigración, que la Infanta Isabel solemniza
en un rumboso viaje poniendo la piedra fundamental del hermoso monumento
a los españoles, que se inaugura seis años más tarde
en una gran avenida ya poblada de imponentes esculturas.
En 1930, el golpe de Estado del general Uriburu ubica un punto de inflexión,
pues termina con 50 años de estabilidad y crecimiento. Desde ya
que mediaban grandes disparidades sociales y las revueltas sindicales
habían terminado con trágico saldo. Pero ello no era distinto
al resto del mundo, donde se vivía el turbulento aflorar de ese
nuevo tiempo.
A partir de allí, desde la propia Argentina se expandieron las
críticas más agudas sobre su sociedad, su comportamiento,
sus hábitos políticos, su moralidad administrativa. Así
como España construyó su "leyenda negra" sobre
la colonización americana, desde Bartolomé de las Casas
en adelante, también la intelectualidad rioplatense esparció
una visión amarga, que comenzaba siempre desde el pasado histórico,
interpretado clásicamente por Sarmiento en la dicotomía
"civilización y barbarie", que oponía de un lado
a los europeizados doctores y del otro lado a los "salvajes"
caudillos populares. Ese debate no ha cesado hasta hoy, y el gran historiador
H.S. Ferns encuentra en ese espíritu contencioso la explicación
de esa inestabilidad que se hizo endémica.
***
Más
allá de vaivenes y debates, la riqueza agrícola y la expansión
industrial de los años cuarenta y cincuenta permitieron financiar
sueños populistas o solventar invocaciones al orden. Todavía
en 1948 había más teléfonos en la Argentina que en
Japón, en 1950 la renta per cápita estaba arriba del promedio
mundial. Hasta que aquellas fuentes de riquezas disminuyeron su peso relativo
y la economía comenzó a rebelarse frente a la política.
El último tiempo de euforia fue el gobierno de Menem, hasta caerse
en la crisis que arrastró a De La Rua.
No hay
duda de que la Argentina cayó al abismo. Cuatro presidentes en
veinte días, una declaración de default en pleno parlamento
(como si fuera acto de emancipación y no el reconocimiento de una
quiebra ), un congelamiento bancario y una caída del PBI sin precedente,
configuran la crisis económica mayor de la historia.
Crisis que también nos llevó por delante a sus vecinos uruguayos.
Pero el hecho es que desde hace ocho meses el país camina en
el fondo del precipicio sin ayuda de nadie, ni un dólar de afuera,
y prácticamente aislado del sistema financiero internacional.
Pese a lo cual hoy aparecen signos de estabilización. El dólar
se mantiene, la exportación tímidamente se recupera, la
recaudación algo mejora, al turismo de invierno ha llegado las
estaciones de esquí y la propia Buenos Aires acoge a chilenos y
brasileros que si no son más es porque la violencia urbana genera
temores inhibitorios.
***
Todo
indica, entones, que se tocó fondo y que ahora algo se mueve. Aletea
aún la sorprendente Argentina "compuesta por millones de
habitantes que quieren hundirla, pero no lo logran", como dijo
una vez el actor mexicano Cantinflas en una recordada visita.
Quien allí llega es verdad que observa en la televisión
terribles noticias sobre crímenes, pero también que un buque
de la Armada, con modestísimos marineros a bordo, penetran los
hielos Antárticos para salvar otro buque extranjero y lo logra.
La crónica musical nos dice que el pianista Daniel Barenboim terminó
un ciclo de cinco recitales en los que interpretó las sonatas de
Beethoven, con el Teatro Colon colmado para escuchar a este artista que
dirige permanentemente nada menos que las orquestas sinfónicas
de Chicago y Berlín.
Leemos en los diarios que un médico argentino dirigió el
equipo que separó a las mellicitas siamesas en los Estados Unidos
y que un investigador local ha establecido los mecanismos cerebrales del
apetito. Un tenista argentino llega por primera vez a la final de Wimbledon,
mientras sus futbolistas se cotizan en el mundo entero como los mejores.
Los cineastas llegan hasta las nominaciones del Oscar y una nueva generación
de escritores alumbra ya por debajo de los clásicos, como Sábato,
que allí siguen, haciendo escuchar de a ratos su voz de conciencia.
San Juan se ha repoblado de olivos, los vinos se proyectan al mundo como
nunca antes, los productores de cereales llenarán ahora el vacío
de la sequía norteamericana...
***
Es una
Argentina de la gente que hace cosas, preservando viva la esperanza
de quienes anhelamos su reencuentro, su reverdecer, aunque sea lento.
Se sabe que ya no tendría las riquezas de antes, pero tampoco es
pobre porque tiene un patrimonio de inteligencia que hoy es más
importante que la posesión de materias primas.
Eso si,
me confieso: da miedo el debate político, demasiado enconado, personalizado,
intentando descalificar más que discutir sobre cómo transitar
en los grandes temas. Si el reclamo de la gente y una eficaz docencia
periodística lograran revertir ese clima, quizás la esperanza
no seria sólo un deseo, sino un posible proyecto de futuro.
Nota: los párrafos
destacados son a cuenta de la redacción, no lo estaban en la versión
original. |